Hablando del Tiempo.

Lo que transcurre...


Al hablar del Tiempo como algo que transcurre, pasa, nos determina, nos limita y nos encuadra a la vez en un tiempo y espacio; es fácil que todos podamos acordar que acerca de ello no necesitamos maestros.
Al nacer, esa "ley" ya existía y formaba parte de todos los acuerdos que por convención han sido aceptados respecto de la división calendaria, según cada proceso cultural de los humanos y acorde a las coordenadas que hemos ido ocupando como tales con nuestro impensado 99,9% de espacio que somos contra el 0,000001% de densidad que conformamos.
Sin embargo, hemos ido viviendo y seguimos haciéndolo de ese modo, anclando en lo mínimo en vez de en lo máximo que somos, resultando justificada entonces la tremenda ansiedad de un número inmenso de personas por encontrar una "fórmula del tiempo" emergiendo muy rápidamente la causa que no es otra que la suma de un modo acelerado de vivir (sin detenernos a observar cada instante de lo vivido) y la superposición de todos los miedos juntos (generando estados de pánico de vez en vez).
Podríamos hacer el  intento alguna vez de tomar distancia de los mensajes de los devenidos sabios instantáneos (se asemejan a unos simples prospectos con indicaciones de vida a seguir), ya que es la única posibilidad que tenemos de poder analizar realmente qué nos están diciendo. Algo así como "sobrevolar" la situación observándola como lo haría un águila a la distancia haciendo uso de su instintivo "GPS" y valiéndose de la visión de sus ojos de enfoque certero.
Planteo…
Si nos reconocemos demandantes de guías, de sostenedores místicos o prácticos, tan vacíos de convicciones espirituales, temerosos ante la certeza de la muerte e incapaces de escuchar a nuestro propio ser, estaremos con las puertas del alma abiertas para que se acerquen los múltiples catálogos de ofertas con el título "tengo la técnica de salvación que buscabas". Considerando que cada vida nuestra es única e irrepetible, tal vez deberíamos tomarnos más en serio el hecho de que no la podemos dejar en manos de otro porque es tan absurdo como si la gente en un casino apostara a todas las opciones, ya que el resultado es simple: quien siempre gana es la banca.
Acostumbrados a ser seducidos por cuanto halague los sentidos, por convertirnos en usuarios de la insensatez, por dejar que los otros hagan por nosotros, por derivar las cosas importantes y quedarnos con las más efímeras; por todo ello y aún más que por eso es que somos tan vulnerables en todos los aspectos que nos constituyen. De allí que el mapa geométrico de la energía, al menos en este Planeta se distorsione tanto. Si acaso podemos hacer un dibujo imaginario en el que incontables hilos de tal energía se entrecruzan entre si, tal como la malla de una tela que guarda coherencia en su entramado; de inmediato seremos capaces de recrear qué va ocurriendo sobre ella cuando unas personas emiten rayos de bendiciones para un lado, otras manos con energía para el otro, consciencias agrupadas por miles abriendo puertas del espacio, personas dibujando incesantes cintas de moebius (o comúnmente reconocidos como el número ocho acostado) pasando datos del pasado al futuro y del futuro a cualquier parte; seres invocando a sus creencias y al final la tela no es tal sino a estas alturas una malla en cortocircuito.
De allí resulta que tu violencia es tuya por lo que... ¡No fastidies! y mi alegría es mía... ¡No la toques! Es decir: estamos más separados que nunca y aún así ávidos de más y más fórmulas que nos convenzan de que  seguimos siendo incapaces de hallar la salida del laberinto de nuestras emociones tanto como de alcanzar el motivo de nuestra propia existencia.
Algo innegable es que el conocimiento resulta imprescindible para discernir entre las luces y las sombras (como en la Caverna de Platón), siempre que no olvidemos que el camino de tal conocimiento tiene diferentes abordajes, según sea la búsqueda del caminante. Lo cierto es que las vivencias le dan marco real a lo que solemos reconocer como experiencia.
Mientras era estudiante de periodismo nos explicaban que debíamos leer las noticias entre líneas y parecía algo así como una actividad propia de quienes pudiesen ver más allá de lo que estaba a la vista de todos. Desde luego, lo entendí.
La vida es para observarse entre líneas como todo cuanto ocurre así en la tierra como en el cielo. 
Entonces…
¿Qué tal si salimos de esa mínima visión que tenemos de algo tan grande como lo que somos y empezamos por respetarnos, luego reconocernos, más tarde valorarnos y al fin dignificarnos como aprendices de un proceso planetario único por las razones que cada uno quiera adjudicar sin importar si es porque el tiempo desdoblado se acaba, si acaso influye un asteroide, si los proyectos políticos o económicos decidirán o no por nosotros, si está escrito en los libros sagrados o si vienen desde otras galaxias a rescatarnos?
¿Qué tal si apostamos a nosotros, a nuestra energía, a nuestra riqueza interior maltratada a nuestra capacidad de sumar y no de dividir?
¿Qué tal si una mañana descubrimos que la gran transformación nos esperaba al despertar observando a la vida como la máxima posibilidad de hacer las cosas bien?
¿Qué tal si de pronto podemos reconocer nuestra baja frecuencia de amor como la causa de todos los males y nos disponemos a cargar la pila del corazón y la glándula timo a partir de ser más agradecidos por la oportunidad de darnos cuenta?
¿Qué tal si volvemos a conjugar patrones de coherencia entre el pensar, el decir y el hacer?
¿Qué tal si recordamos que los humanos no somos desconocidos?  Podría suceder que  un día cualquiera al cruzarnos con alguien en la calle comencemos por sonreírle como rasgo de humanidad sin segundos propósitos y de pronto nos encontremos al fin notando que el “otro” existe y simplemente saludemos diciendo: -“¡Hola! ¿Qué tal?”.
En definitiva, como siempre sostengo: El Tiempo es la fragancia de un evento.
Con Amor,
Graciela Khristael.
fuenteperfecta@gmail.com    Publicada el 25/06/2014 por primera vez.





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