Momentos.
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Conociéndonos.
(Fragmento)[1]
Momentos…
Podríamos describir
nuestro flujo de conciencia como una serie de engañosos presentes de corta
duración de los que somos inmediatamente sensibles sin cesar. Cada momento es como
un fotograma, como un cuadro en una película. La consciencia entonces es sólo
momentánea; es una secuencia de momentos que se encadenan unos a otros, durando
un período muy corto de tiempo. Entre tanto vamos insatisfechos, reiterando lo
que no tenemos, lo que nos falta, aquello que sobra; atentos a más y más
deseos, temiendo pero sin soltar creencias religiosas, políticas, étnicas,
biológicas o las que en resumen nos mantengan allí.
-¿Puede encenderse la luz en la mente para comprender esta
inmadurez de la que no salimos?
-No hay escuelas para lograr esto. Discernir sobre eso es
absolutamente personal aún en medio del caos de cada quien, ya que más allá de
los idóneos esfuerzos por alcanzar la verdad individual, intuyo que los procesos
de cambios paradigmáticos en todas las áreas en las que el humano interviene de
un modo u otro, están aún en plena actividad de surgimiento. En la propia
búsqueda de la perdurabilidad subyace la capacidad de recordar, abordar, omitir
o negar cuanto haya sucedido dentro o fuera de la propia existencia. El humano
vive tan comprometido, tan indiferente como puede o como sabe, tan temeroso a
los sucesos que lograran alterar su vida cotidiana, que su conducta puede
resultar insospechada al momento de asumir luego un compromiso plural.
-Hay quienes sin haber curado sus propios males los reclama
en la sociedad aumentando el capital de incoherencia humana así como están los
otros, que sin haberlos resuelto en modo alguno se proponen como guías o salvadores.
-Es que constituimos sociedades esperanzadas a la vez que siempre
frustradas por tantos mesianismos multiculturales; esos que también se encuentran
en las áreas disciplinares de los distintos ámbitos educativos, pequeñas
luminarias de fe sin sospechar por un sólo instante que en aquellos claustros
tampoco ha sobrevivido la inocencia; esa especie de magia, ese encanto de la
infancia con sus certezas de eternidad, de que todo es posible o de fe en que pronto
sucederá aquello que tanto anhelas.
Por el contrario,
se tiene por seguro que nadie nos dejará debajo de la alfombra a la entrada de
la casa, una misiva que diga: -“Le hemos traído una dosis de coherencia”,
porque es un talento difícil de encontrar; a lo sumo nos podrían dejar una con
un pequeño apunte, sin especular ni ahondar acerca del titular del remitente
asegurando: -“Seguimos solos”.
-Eso, de algún modo es bueno. Las faltas de acuerdo sobre
cómo llegar a conocerse a sí mismo enriquece el funcionamiento del aparato cognitivo
ya que de tantas experiencias que la humanidad ha descripto sobre sus tierras,
sus tradiciones, sus sabios ancestros, aun de sus textos; puede obtenerse la
información necesaria que al menos
indica que la historia responde a una interacción de factores que las
jerarquías formativas en educación dieron en llamar “disciplinas académicas”.
-Quizá amerita meditar bajo un frondoso árbol las causas
tanto como los efectos que una corriente filosófica, historiográfica, psicológica,
científica, política, económica ó artística, pudo aportar para mitigar el
desconcierto que genera saber que somos hijos de la expectativa. Así nos educaron, así lo hemos hecho también
con nuestros hijos, con los discípulos, con los herederos de la sociedad en
general siguiendo pautas parecidas a los ingredientes de un medicamento,
detallados en su prospecto en letra chica, cuyas contraindicaciones requieren
de buena vista para leerlas, algo así como "Pronto serás esto",
"Qué bueno alcanzar lo otro", "Compite que llegarás a
ser..." Y se va la vida de ese modo cuando no se repara en el sentido del
tiempo.
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