Haz de tu Tiempo, tu Cuestión...
Sin principio ni final.
He detenido mi viaje del día frente a una amplia ventana que nos separa…
De un lado, una lluvia dueña de una obra de arte y de este, mi existencia contrastando.
El agua repica sobre un alero; comienza, termina, retoma, duplica…
No encaja con tiempo alguno que pudiese medir; lleva su ritmo, tiene su voluntad.
Cruzando el cristal un reloj remarca el sonido de su mecánica labor.
Las hojas de los árboles deslizan agua, en tanto las de mi cuaderno líneas de tinta con formas de letras.
Afuera hay viento, ladridos de perros, frondas agitando la exuberante primavera; un aroma de jazmines que se mezcla con el alma de la tierra mojada y los pájaros que siempre actúan en este teatro, zambulléndose en un charco del jardín.
Al otro lado del vidrio, que no es más que la metáfora de todo aquello que separa, mis ideas siguen buceando, en un mar de agua salada que porta mi cuerpo.
Danzas interminables las de mis pensamientos.
Así lo atestigua la impulsiva energía que no acaba de aquietarse; que todo lo conecta en su incansable movimiento.
Resulta muy largo el camino del peregrino que busca su libertad, una vez que se ha perdido.
Porque en cada imagen hay un sueño, porque cada sueño es una embriagante confusión y no es clara la presencia que se agita como un yo cuando todo, al otro lado de la amplia ventana que nos separa, parece explicar, sin más rodeos, que somos nada en un cuerpo que se abraza a un fantasma, a un recuerdo de sí. Una reminiscencia recreada por unos ojos que ya no ven pero sirven al pensamiento reclutando más y más imágenes, así como todos sus devotos sensores, en el extenso territorio del cuerpo le acercan cuanto perciben.
La lluvia ha cesado y su repentino silencio desconcierta mi instante.
Ni siquiera hubiese sabido que allí estaba de no haber sido por la ventana.
No puedo saber qué fue que me hizo detener los pensamientos habituales para explorar el viaje del recuerdo de mí.
Quizá fue el ruido del mecanismo del reloj apagándose en mi mente, a medida que crecía el repiqueteo del agua sobre el alero, libre, sin principio ni final.
Con Amor,
Graciela Khristael
fuenteperfecta@gmail.com
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