Éxito; el Arte de poder vencerse.

Cuestión 4
Discípulo y maestro.


   




  


Cuando de niños jugamos a las escondidas, uno lleva la cuenta tapándose los ojos con su propio brazo, el que a su vez se apoya sobre una pared o tronco de árbol. Los otros corren a esconderse a la espera de no ser hallados  –por el contrario- deseosos de sorprender al del conteo con un: -¡piedra libre! Luego el que contaba se esconde resultando que el que fue descubierto, cuenta. La gracia de la vida está en ello: ser unas veces, otras aprender a ser.
     He sido de las que dio recetas de vida a los amigos, a los  parientes, cuando aún no sabía que había extraviado la fórmula de mi propia medicina.  Pasé muchos períodos de la vida sintiendo que eran más las veces que contaba, que aquellas en las que tocaba esconderme. Los “¡piedra libre!” me aventajaron unas veces con honestidad, otras tantas con trampas; pero sentía que cobraban ganancias sobre mí.  Entre tanto, un volcán de deseos por aprender a escribir, a dibujar, a declamar y cantar, a estudiar, a indagar con microscopios, a reír, a armar y desarmar, a hurgar en la naturaleza, a estudiar y aprender de todo; siempre estaba a punto de soltar su lava contenida como llama de vida en mi interior.
     La tendencia de mi lateralidad motriz se inclinaba más hacia la izquierda e ignoraba en mi infancia que no escribir con la mano derecha estaba mal visto; por lo que mi padre, mi primer educador escolar (que contaba con apenas un tercer grado de una escuela primaria), se preocupó por indicarme que debía “cambiar de mano”. Fue una directiva que acaté sin cuestionar porque para cualquier niño de cuatro años la vida es eso que se le presenta.  Para cuando ingresé a mi primer grado podía leer, escribir palabras, sumar, restar pequeñas cuentas además de haber memorizado la primera tabla de multiplicar.  Ya disfrutaba de escribir en mi  cuaderno ¡con la mano derecha!, una de las tantas situaciones forzadas a las que nos sometemos a veces en nuestras vidas.
     Tenía cinco años cuando comencé la experiencia de un sistema educativo que estructuraba, que no contemplaba entonces pero al que le cuesta comprender en la actualidad, que la sensibilidad es un talento, así como otras manifestaciones que en contadas (pero afortunadas) ocasiones hallaron repercusión en algunos docentes que he tenido. Así puedo recordar a mi maestra de tercer grado, paracaidista, por cuya profesión descubrí otros mundos posibles, la señorita de cuarto que me facilitó un libro en respuesta a mi inquietud por la cerámica y aquel maestro que a los doce años me prestó un Corán a modo de anticipo de los otros libros que llegarían a mi, como la Biblia, el Bhagavad y otros. La que me permitió realizar un diario escolar, el director de secundaria que me alentó a escribir, el director de la escuela de periodismo que me convenció de que me titulara y que –siendo él mismo escritor- me sugirió tomar seriamente la opción de convertirme en autora de mis propias historias. El profesor de filosofía de la facultad de psicología, que me invitó a reflexionar sobre el oficio de escribir, que -según él- me competía.  Años más tarde, algunos docentes del profesorado de historia – cursado ya en la madurez- se congratularon con mis libros; ámbito, este último, en el que tuve el privilegio de re-aprender sobre las conductas humanas; las que me sorprendieron unas veces como portadoras de amor y solidaridad, mientras que otras tantas me espantaron; porque aún no conocía el “tras bambalinas” de lo que termina siendo un show trágico, al que por lo general se conoce como sistema educativo.
     Debo reconocer que conservo con profunda alegría, la emoción que me causó recibir allí, un primer premio en poesías, además de haber sido desde el comienzo, el sitio elegido para el trabajo de campo de mi tesis.
     En medio del camino apenas recorrido en estas páginas, porque no intento detenerme en ninguna estación, diré simplemente que todo aconteció. Aquello que ya pasó en apariencia pero que constituye mi presente. Ese “ayer-hoy” que es inseparable, porque no hay hecho de mi vida que se pueda analizar separado de su origen, de su resultado, de su enseñanza ni de su aprendizaje.
     El camino del discípulo y del maestro se confunde, se funde en una sola vía de viaje, en tanto el ego se arriesga a sucumbir cuando no se puede desapegar del rol y se queda anclado en la ilusión del poder momentáneo que la vida cotidiana ilustra en cantidades abundantes porque cada persona es hija, hermana, padre, madre, empleado, rey o súbdito.  La sociedad hace esfuerzos por mantenerse en el ruido, en la ansiedad, en el deseo, protegiendo intacta su esencia terrenal. De este modo, un intento de estado de paz interior individual, puede sucumbir en tan sólo un instante de situaciones adversas con los hijos, los padres, los vecinos o los pares en cualquier momento de la vida.
     La humildad del discípulo lo hace maestro y la sencillez del que enseña lo engrandece hasta otorgarle el rango que su energía conquistó.  Resulta casi imposible asimilar la noción del maestro atravesando las múltiples experiencias que nos tocan vivir, porque no parece compatible -al principio- el trastorno que ellas originan, con la idea de una divinidad atenta a nuestras necesidades. Aprender, verdaderamente, requiere de mucha atención. Todo sucede y en tanto va ocurriendo ofrece una lección a una velocidad que supera nuestra capacidad de captación. Con la atención se alcanza el silencio que torna audibles los mensajes así como la quietud que detiene el avance de los hechos para leer sus lecciones.
     También es necesaria la aceptación de que todo es así, por lo que primero se acopian muchas decenas de almanaques indecisos, que no terminan de anotar en qué momento una experiencia se entendió como lección.
     Otro asunto insoslayable es la toma de conciencia del significado de agradecer cada experiencia que nos toca vivir, por buena o mala que parezca al primer análisis. He llegado a sentir el gozoso agradecimiento por todo lo que fue en mi vida de un modo y de ningún otro; razón por la cual nosotros estamos aquí, en una misma coordenada representada por el libro; en un mismo espacio tiempo: ayer-hoy siempre permanente.  Si alguna de todas las cosas que me ocurrieron, reconociendo aquí que en muchas ocasiones llegaron a hundirme en la desesperanza, hubiese sido resuelta de otro modo, no estaríamos viviendo este encuentro. Exactamente lo mismo ocurre con usted. No hay una historia terminada sino una existencia comprendida.
     Hubo quienes se alimentaron con el alimento que en algún momento me pertenecía y aún así me hicieron saber que lo comían. En esas carencias comprendí que la abundancia está en el ser ya que la gula de aquéllos no pudo paliar sus miserias.  En el abandono de quienes parecían recorrer el mismo trayecto, incluso mientras le estoy escribiendo, alcancé el recupero de mis pares a quienes fui encontrando poco a poco; faltando el hallazgo todavía, de tantos otros compañeros de viaje como usted, que hoy se suma.
     En medio de críticas situaciones personales y familiares, tuve el privilegio de contactar con abogados que no resolverían mis conflictos. El dolor que acompañó las infructuosas expectativas de soluciones a mis legítimos reclamos, les dio a todos ellos la ocasión de convertirse  en instrumentos para la tarea de que jamás obtuviese el beneficio de un resultado favorable. Con hábitos de letrados se permitieron contrariar al mismísimo derecho, descreyendo de la justicia en todas sus formas posibles.  Lo justo e injusto es inherente al ser y tales concepciones suelen encontrarse en los actos simples de los hombres según esos hombres deseen actuar, posean o no una toga académica.  Desaprobada o criticada, terminé por fortalecerme en la obcecada intención de auto superarme, aunque con mucha inconstancia en la dirección a seguir por esperar siempre la aprobación de quienes estaban fuera de mi, en lugar de escuchar mi propia voz interior.
     Una y otra vez, cuando parecía que la única respuesta posible a mis proyectos iba a ser afirmativa, por el contrario la negación de oportunidades acabó por ser la sentencia. Así, por ventura de tales acontecimientos, tomé el firme compromiso de auto generar mis posibilidades.  Las limitaciones que las empresas tuvieron para entender aquello que tenía para ofrecer,  hizo que la propia energía que me da vida, me condujese a buscar mi camino rumbo a instancias independientes.
     En la soledad, que tanta veces regala la gente en cantidades prodigiosas, pude descubrir la asistencia de la naturaleza que siempre acompaña e interactúa con nosotros de un modo que sólo los cuentos para niños explican.
      La soledad es un estado del ser que se experimenta aún en compañía.  Es parecido a los ratos de sombra en el planeta.  El sol alcanza a la tierra totalmente pero siempre hay una parte a la que no llega su luz ni su abrigo.  El sol se esparce sobre toda la esfera al igual que la vida sobre su ser, pero ésta sólo le provee de una ligera, casi imperceptible tibieza.
      De los vínculos parentales que nunca terminaba por resolver, mi padre fue el inicio de un camino y mi madre la aceptación del desafío de aprender a respetar mi voluntad, pese al precio que ambas debimos pagar.  Mis hijos han sido y son la clave de esta instancia de aprendizaje en el desapego, porque siempre hay equilibrio aunque a veces se vista de insólito.  Tal ha sido mi comprensión en muchas otras experiencias, llegando a descubrir que tenemos más de una familia dispuesta a recibirnos en cualquier parte del mundo, cada vez que tocamos a sus puertas con el corazón y no con las intenciones. Así ocurrió conmigo, cuando la amistad se desdibujaba en una agenda de recuerdos, el amor del amigo brotó de una fuente de estrellas con aroma a sándalo que lo envolvió durante su efímera estadía hasta su muerte, registrando su partida un agosto de un no menos efímero almanaque que ya no existe. Aquello le desprendió los moños que ataban las cintas tras de sí de las caretas de tantas personas, que se hacían llamar a sí mismas: “conscientes de una tarea espiritual”.  
     Luego aparecieron nuevos sueños pero sosteniendo una carga pesada de intentos, con escasa vocación de acción. Y de esa incertidumbre aprendí. Porque el éxito sólo llega con la certeza de la meta, que ya nace triunfante en la mente y con la energía consciente de la acción. 
      Cuando supuse la falta de sostén exterior, llegó la asistencia de la mano de mensajeros de Amor y la iluminación sobrevino con la aparición de Dios en casa. Así el Maestro, se confirmaba triunfante en mí, demostrándome que la primera persona a sanar era yo misma, que nadie ocuparía mi propio lugar de hacerme cargo de mí, que resultaría imposible el amor y la aceptación si ambas responsabilidades no las practicaba conmigo, que todo lo que está fuera de mí es una galería de experiencias para aprender de la vida reconociendo que estoy en ese mismo exterior de todos, para servir amorosamente a que otros aprendan lo mismo que ya he comprendido. 
      He puesto mi propio nombre a sanar cada día porque he aceptado el compromiso de hacerme cargo, en forma definitiva, de que mi ego es el censor perfecto de cada instancia que transito,  sirviendo de suficiente medida para advertirme cuando su dominio supera la barrera de lo aceptable.  Si aún no lo ha practicado, le invito humildemente a que lo intente.
      El día que me gané a mí misma, que ya no regalé números para el sorteo de mi vida, que me afirmé en mis convicciones, que perdí el miedo a seguir avanzando, ese día por fin, llegó el éxito a mi vida. 
      Este mismo que le quiero contagiar para recordar juntos que las sólidas raíces de conflictos transitados, superados unos, aprendidos otros, son las que sirven de base para iniciar el crecimiento como personas lo cual no debe ser desestimado. También le sugiero recordar que cada individualidad debe lograr su propósito de vida, más allá de toda dependencia que en alguna etapa de la vida pueda generarse hacia sus guías o maestros. 
      Una vez que encuentra el camino, debe aceptar independizarse en alas de un vuelo personal hacia la infinitud de oportunidades, así como  desafíos que deberá experimentar.

      Es así, sólo de este modo, como se alcanza la cima de la propia montaña.
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Graciela González.

Fragmento del Libro "Éxito, el Arte de poder vencerse"  
(C) Todos los derechos reservados 2009  
(C) Todos los derechos reservados 2015




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