Las palabras de cada día.
AL ENCUENTRO DE SÍ.
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Graciela González |
Aún cuando
seguimos sin comprender la vida con todo su proceso de manera real, interna y
convincente; nos levantamos impulsados cada día hacia alguna parte, resultando
que los propios intereses se desdibujan en medio de los aparentes deseos
compartidos.
Despertamos
con cambios en los estados de ánimo, en medio de las variadas improntas a cada
suceso cotidiano, refugiados en las excusas que vamos ideando, eludiendo
compromisos o asumiendo demasiados, tapando las frustraciones con viajes que no
alejan más que al cuerpo de la centralidad de los conflictos y disimulando los
miedos con paliativos pasajeros; adhiriendo a los asuntos que nos ayudan a
estar distraídos así como evadidos de nuestra consciencia; implicados en la ignorancia
de actuar sin preguntarnos formalmente de dónde han venido nuestros
pensamientos.
Vivimos
apresados en el laberinto de la angustia porque desde el intrincado recoveco de
vez en vez vislumbramos una salida en cuya puerta leemos desde lejos
"recompensa", "paliativo", "contención" e incluso
"promesa".
Es que día a
día, generación en generación, nos hemos ido acostumbrando a las promesas de
soluciones a cuanto problema tengamos como especie, sin que pueda quedar a estas
alturas -que hemos alcanzado como humanidad en un cielo virtual- la menor duda
acerca de la importancia de ser algo o alguien como objeto, más que como
sujeto; propósito y meta creados con nuestra participación en el proyecto
inicial, porque todos nuestros planes tienen una urgencia implícita basada en
el tiempo que se acaba.
Y surge el
miedo.
Un profundo
y arraigado temor que tiene una lógica absoluta porque está presente como
respuesta de alerta a todos nuestros pensamientos; como una alarma incluida en
el circuito cerrado de nuestra mente; como una cámara de vigilante atención
respecto de los riesgos que implicaría serenarse para volverse a observar, ya
que eso deriva en el silencio -enemigo de la mente ruidosa- y en el vacío de
palabras que es la antítesis del humano evolucionado.
En medio del
desorden interno que acontece al ser cada día como individuo, incluso -por
aprendizaje- con relación a los grupos sociales, siempre es la dinámica del
apuro por el tiempo que se esfuma quien encuentra -por empatía- mayor adhesión
a cualquier estímulo vinculado con las soluciones prácticas pero no con la
invitación a trabajar seria, profunda y responsablemente sobre el sí mismo.
Con el
apremio del tiempo que pensamos sembramos semillas de abreviación de vida hasta
aceptar, sin que nos demos cuenta de ello, que todo cuanto nos devuelve a la
coordenada del tiempo y espacio en el que habita aquello que somos es dejado de
lado. Basta con revisar los actos
nuestros de cada día para caer en la cuenta del despilfarro que hacemos de esta
gran oportunidad que tenemos; el malgasto de una energía no renovable que es
esta experiencia de vida que hacemos.
La poesía es
pérdida de tiempo, considerar al otro con sus inquietudes es pérdida de tiempo,
investigar la paz interior es pérdida de tiempo, indagar en el sentido del
tiempo es pérdida de tiempo, reconocer el poder del silencio es pérdida de
tiempo, compartir reflexiones es pérdida de tiempo, asumirse interesado en
conocerse a sí mismo es pérdida de tiempo, mejorar los propios pensamientos
para componer una sociedad más sana es pérdida de tiempo, leer textos como este
es pérdida de tiempo, dejar de estar atentos a las distracciones es pérdida de
tiempo y en definitiva, volverse a observar es una grandísima pérdida de
tiempo.
Así es como
llegamos a un hábito adquirido momento a momento a consecuencia de la comodidad
y de la pretensión de encontrar culpables a los propios fracasos; una costumbre
que conocemos como "dejar hacer" muy bien aprovechada por todos los
encargados de distraer o vender soluciones cotidianas, hasta quedar totalmente perdidos y
desconectados de nuestra fuente de energía primera, transformados al extremo de
no darnos cuenta de que por tanto dar saltos para no perder tiempo, somos
devorados por el apuro y caemos en la trampa de la muerte espiritual,
psicológica y física, prematuramente.
(C) 2016
"La Promesa"
Graciela
González
.
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